PERIÓDICO DE SUCESOS, TRIBUNALES y TRÁFICO DE LAS COMARCAS DEL CAMPO DE CARTAGENA Y DEL MAR MENOR                                                                         booked.net

Perlas de cal y sal

* En memoria de Patricia.

Esparcidas por todo el Campo de Cartagena hay pequeñas joyas blancas llenas de historia y sentimientos, olvidadas e ignoradas por todos nosotros, ignorantes de lo que tenemos, ignorantes de lo que no sabemos o ignorantes por la absurda prepotencia del que no da para más. Algunas aún resisten, como las ermitas del Calvario, Los Médicos, La Guía… Otras se están borrando de nuestro horizonte como las del Monte Miral, los Beatos o San José del Lentiscar. Pero hoy quiero hablar de una ‘joyica’ muy cercana, hoy quiero hablar de la que hasta que cierre el ojo va a ser mi iglesia.

Mi iglesia se levanta sobre una antigua ermita dedicada a la Virgen del Rosario, en un barrio de pescadores a donde llegaron a mediados del siglo XVI unos cuantos trabajadores de la mar procedentes de Sicilia. Se asentaron los sicilianos y con ellos su fe y amor a Santa Lucía, llegando a dar nombre a aquel caserío de pescadores y a su ermita. Hay numerosos documentos de peregrinaciones y rogativas a aquella ermita que abría su puerta cara al mar. El dos de febrero de 1605, debido a la escasez de lluvias el ayuntamiento de Cartagena acuerda sacar en procesión a las imágenes de la Virgen del Rosell  y la del Señor Jesús hasta la ermita de San José, para luego continuar hasta Santa Lucía. El Ayuntamiento donará 175 reales para pagar las 75 libras de cera con la que se alumbra las imágenes.

Nuevamente, en febrero de 1611 se procesiona al Cristo de la Catedral hasta ella en rogativa de lluvias, quedando allí el crucificado, al que se le ofrecieron 22 misas que pagó el Ayuntamiento a razón de 3 reales por eucaristía.

El 13 de diciembre de 1613 se mide la distancia que hay entre el convento de San Diego y la ermita de Santa Lucía, comprobando que coincidía exactamente con las que marca el ritual para construir un Calvario, se acuerda erigir las once ermitas y el sepulcro, siendo sufragadas cada una por ciudadanos sobresalientes o por gremios de la ciudad.

En 1619 a petición de los mayordomos de la cofradía, el Ayuntamiento dona 9 ducados para la adquisición de nuevas puertas.

En 1690 los carmelitas descalzos piden al concejo que se la ceda la ermita y los terrenos aledaños  para edificar un monasterio, cosa que se les concede, pero  que acabó construyéndose en el arrabal de San Roque, y del que aún conservamos su iglesia, la del Carmen.

Pero es en 1744, con el mecenazgo del intendente de marina Alejandro Gutiérrez de Rubalcaba cuando la vieja ermita se convierte en el templo que conocemos hoy, cambiando su advocación a la de Santiago. Se conserva la antigua puerta que daba a Poniente y a la mar, por donde en el año 35 de nuestra era desembarcó el Apóstol en España, además de un viejo escudo de piedra junto a la puerta. Pero el nuevo templo, más grande, se construye encarando la entrada principal al Maestral.

La iglesia de estilo neoclásico y planta de cruz latina es humilde y sencilla de ornamentación en su exterior. En su fachada se adivinan las tres naves de su interior, la central mayor que las dos laterales, y cada cuerpo tiene una gran ventana redonda con vidriera que ilumina con la perfección del círculo cada nave.  Todo el conjunto lo corona un frontón triangular sobre el que se alza una cruz, y a la derecha, la torre de planta cuadrada y tres cuerpos, el primero liso, en el segundo se aloja el reloj y sobre este, el campanario con sus cuatro campanas hechas en el Arsenal, todo rematado por un chapitel apuntado, coronado por la cruz de Santiago. En el lateral de la torre que da a la playa donde el santo hoyó por primera vez el suelo hispano, hay empotrada una lápida romana procedente de una necrópolis cercana que reza ‘CLODIA C F MACARIA SALVE’.

Pero es en el interior donde la cosa cambia, como todo, como todos. Es en el interior donde se guardan los sentimientos, descansan los recuerdos y anida la esperanza. El blanco de la cal y de la sal, de la luz y la pureza domina sus muros, donde destaca el altar mayor que está presidido por un retablo añoso en el que gobierna una bella imagen napolitana de Santa Lucía de autor desconocido fechada en 1750, flanqueada por los Cuatro Santos cartageneros.

En la nave derecha nos encontramos con el altar de la Santísima Trinidad y un cuadro monumental sin firma. En la nave izquierda el altar de San Diego de Alcalá y sobre el ara, los bustos de los Santos Médicos San Cosme y San Damián, y una hornacina con una bellísima imagen de San Bernardino de Siena. Sobre la capilla de la Comunión un mural del histórico desembarco, que junto a la lápida que asegura que: “De este lugar salió la luz del Evangelio para España.” Ratifican si no los hechos, sí la tradición de que aquí ocurrió aquel histórico acontecimiento.

Hace unos días mi hermana Patricia nos dejó, le llenamos la maleta de todo el amor que pudimos y a cambio ella nos hizo cantidad de regalos. Regalos preciosos y muy valiosos, aunque inmateriales. Hoy con la pena instalada en mi corazón he quiero compartir con todo aquel que lo aprecie uno de sus regalo. Esta iglesia, que ya es mía.

Mi familia ha vuelto a Santa Lucía, a donde mi tatarabuelo, siendo un soldado le llevaba mensajes de amor a mi tatarabuela de parte de un teniente que la cortejaba. Y esta vez hemos vuelto a su vieja iglesia para hacerla nuestra en nuestros corazones. Hemos vuelto al sitio donde un día la Luz llegó a esta tierra y en donde Patricia marchó al encuentro de esa Luz.

Ella sabía que se acercaba el día de las despedidas, sabía que el paso por el tanatorio era un trámite que había que cumplir, pero el último adiós debía ser especial, y así, nos congregó a todos el día de San Bernardino de Siena en esta pequeña iglesia de muros blancos de cal y salitre.

Gracias hermana por todo lo que nos has hecho disfrutar en todos estos años que ahora nos saben a poco, gracias por todo lo que nos dejas; recuerdos, emociones, sentimientos… Amor.  Y por último gracias por esta lección de saber hacer las cosas, creo que nunca pudiera ver la capilla de aquel funcional tanatorio con el cariño con que veo esta coqueta y humilde iglesia llena de historia e historias, y sobre todo llena hoy, de ti.

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