PERIÓDICO DE SUCESOS, TRIBUNALES y TRÁFICO DE LAS COMARCAS DEL CAMPO DE CARTAGENA Y DEL MAR MENOR                                                                         booked.net

'Tres promesas de esperanza para mi árbol de Navidad'

Un libro
Se llama Taii. La conocí durante la mañana del 24 de noviembre de 2017. Me ayudó a preparar el salón del Casino de manera adecuada, pues a las siete de la tarde de ese mismo día yo debía presentar allí mi libro Crónica Gráfica de Los Dolores – 8.
La colaboración de Taii me resultó ciertamente eficaz. Su grácil cuerpo se movía con soltura y agilidad, sin escatimar esfuerzo ni aparentar cansancio, incluso, en algún momento me pareció que intentaba demostrar que le sobraba energía: era lógico, pensé, a su edad —aparenta veinte y algunos— se puede presumir de eso y de muchas otras cosas. Su mirada, como un amanecer de primavera, invitaba a volar por la miel del cielo de sus ojos; su sonrisa, tan agradable como una buena noticia, fue para mí el primer regalo que recibí aquel día; sin embargo, no incurriré en el error de opinar acerca de su pelo, pues ya he sufrido demasiadas decepciones a lo largo de mi atribulada vida y sé por experiencia que es arriesgada misión aquélla de describir sin equivocarse cómo es exactamente el cabello de una mujer; por último, añadiré a este breve dibujo de su aspecto que, al observar sus manos, descubrí en las mismas algo más acerca de ella, pero ése es un secreto que guardaré para mí, pues un extraño instinto me hizo suponer que Taii sería mi musa en este día.
Nos vimos obligados a efectuar una parada en la faena y esperar a que volviese el encargado de la cafetería. Entonces, para que este intermedio no se nos hiciese aburrido, trabé diálogo con ella y comencé con una pregunta en torno a algo que me intrigaba:
—Taii: ¿qué significa tu nombre?
—Nada. En realidad me llamo Tamara, aunque me dicen Taii.
Así se resolvió mi enigma. Resultó que Taii es un diminutivo hipocorístico que, por cierto, me pareció encantador… muy a propósito para su dueña.
Continuamos la conversación. Durante la misma su hablar era rápido y denso en contenido, demasiado denso —pensé— en una chica tan joven. Se me hacía difícil asimilar el aluvión de información que llegaba a mí, aunque de algo estaba seguro: ella decía lo que sentía. Lo descubrí porque me miraba directamente a los ojos mientras hablaba. Así me enteré de que comenzó a trabajar en cafeterías a los catorce años; no recuerdo qué tipo de estudios cursó en Galicia, pero, como aquí no se los reconocían, había decidido estudiar el bachillerato nocturno para, luego, continuar con Física.
—Me encanta la Física —confesó con un gesto en el que supuso que me pudiera parecer extraño que ella mostrase preferencia por esa rama tan científica.
Pero en ese momento mi pensamiento volaba hacia otra idea, porque le hubiese respondido «pues a mí me encanta tu físico», pero no se lo dije. La conocía demasiado poco para atreverme a incluir en nuestro diálogo esta paronomasia, broma de estilo retórico que no sé cómo la hubiese encajado e interpretado.
Seguidamente, nuestra ocasional charla giró en torno al teatro.
—Dirijo el grupo de teatro del Casino —le dije.
—Pues yo, ahora, estoy leyendo una obra de teatro.
—¿De qué tipo?
Creo que me dijo el título, pero no lo recuerdo. Después añadió:
—Es moderna y muy divertida.
—¿Cuántos personajes intervienen en ella?
—No sé… unos veinte… CUANDO ACABE DE LEERLA, SE LA DEJO.
Le advertí de que me tuteara. Se lo he repetido en alguna otra ocasión, pero ella continúa tratándome de usted.

Una canción
Coincidimos a los pocos días. Era una fría mañana. Taii iba muy de prisa para no llegar tarde a su trabajo. La saludé y correspondió cortésmente a mi saludo, aunque con un gesto que me hizo comprender que no me había conocido. Lo entendí, pues abrigaba mi cuello, boca y orejas con una braga oscura; una gorra, también oscura, que ocultaba casi toda mi frente, protegía mi cabeza, y completaba mi atuendo con camiseta, chaleco y chándal oscuro. Es la indumentaria que utilizo en invierno para mi paseo matinal de seis kilómetros. Pues bien, a pesar de todo, cuando ella se encontraba a unos diez metros de mí, se volvió para decirme con el tono elevado de su voz:
—¡Perdone, don Ángel. No le había reconocido!
Lo cual confirmó que mi sospecha había sido cierta.

A las dos semanas de este encuentro mi esposa y yo, junto a un nutrido grupo de amigos, asistimos a un baile vermú que se celebraba en el Casino. Al entrar, alguien pronunció mi nombre y me saludó desde la barra de la cafetería. Giré la cabeza y descubrí que era Taii. Entonces, con su habitual sonrisa y brazo en alto me dio la bienvenida, celebrando mi presencia. Le dirigí un gesto similar y entramos al salón.
En cuanto pude, con otros dos del grupo, me acerqué a verla con la excusa de convidarnos. Al llegar, me preguntó cómo había resultado la presentación de mi libro.
—Bastante bien —le respondí.
—Yo tuve que marcharme enseguida —me dijo, para justificar que ella no había podido aguardar hasta el final.
Le pedí un vermú mixto y, al observar su gesto de extrañeza, le expliqué que consistía en una mezcla de vermú rojo y vermú blanco a partes iguales. Mientras lo servía comenzó a sonar la música en el salón. Así fue como descubrí otra faceta de su vida: había sido vocalista en un grupo que interpretaba música de verbena. Y añadió:
—EN CUANTO ME DESLÍE UN POCO, LE DEDICO UNA CANCIÓN.
—¿Qué me vas a cantar? —le pregunté.
—Ya se me ocurrirá algo…
Volvimos al salón. Bailé alguna que otra pieza con mi esposa y conversé con mis amigos. Pero, mientras lo hacía, un único pensamiento burbujeaba en mi cerebro: escuchar cantar a Taii.
Así llegamos al descanso… y jugamos al bingo. Durante el mismo me pareció oírla a lo lejos canturrear una melodía. No recuerdo de cuál se trataba, pero sí de que era de tema romántico. Por el sonido que llegó a mí pude apreciar que entonaba bien y con gusto, pero enseguida dejó de hacerlo. Escuchar aquel breve susurro me causó el mismo efecto que el de una leve ráfaga de brisa fresca en un caluroso día de verano.
Se acabó el bingo, reanudó la música, volvimos a bailar… y, desgraciadamente, finalizó el baile. Pero Taii no subió a cantar al escenario. Probablemente el trabajo no se lo permitió. Y, al ver cómo se desvanecían mis vanas esperanzas, con la ilusión hecha pedazos, experimenté en mí mismo una vez más con qué rapidez el alma humana pasa de feliz a dolorida.

Un beso
Habíamos reservado mesa en el bar-restaurante de al lado. Creo que Taii se acercó a cumplimentar algunas piezas que faltaban del menaje.
Tan pronto la vi me apresuré a decirle:
—Ya me debes dos cosas.
Ella, sin echar la cabeza hacia arriba, elevó la mirada como si tratara de localizar algo en su cerebro y, al recordar sólo una de las cosas, inocentemente supuso que la otra podría ser:
—¿UN BESO…?
Esta inesperada respuesta me desarmó. Supuse que la candorosa inocencia de mi musa de nuevo intentaba divertirse a mi costa. Entonces, como un mártir que se entrega voluntariamente al sacrificio, entré en su juego y, refiriéndome al beso, repuse:
—Bueno, si quieres…, eso también… Pero entonces ya serían tres cosas…
Volvió a rebuscar en su mente con un gesto similar al anterior y, abriendo expresivamente los ojos, con alegre regocijo, exclamó:
—¡Ya sé! ¡UN LIBRO, UNA CANCIÓN Y UN BESO!
Con el puño cerrado y el pulgar hacia arriba le indiqué que había acertado plenamente, pero ella, dando muestras de inspirado ingenio, se apresuró a decir:
—¡Qué título más lindo para una novela!
—¿Qué te parece si la escribimos entre los dos? —le propuse, siguiéndole el juego.
—¡Vale!
—¿Quién la empieza?
—Yo.
Sus dos últimas respuestas a mis preguntas, emitidas por mi musa espontánea e irreflexivamente, me hicieron sospechar que el proyecto de novela, surgido a través de aquel diálogo informal e inesperado, nunca vería la luz. Porque ignoro si ella conoce la dificultad que entraña escribir una novela y, por otra parte, si sabe que el comienzo debe ser sugestivo para que enganche su lectura.
No obstante, por si la experiencia me fallara —nunca hay que perder la esperanza—, he decidido pergeñar este escrito, que podría servir de prólogo o prefacio a esa utópica novela.

Desenlace
Mientras tanto, con la testaruda ilusión de un adolescente y la sabia paciencia de un viejo tigre, aguardaré hasta descubrir de las tres promesas de Taii cuál fructificará primeramente: ¿me prestará el libro?, ¿me dedicará una canción? o, tal vez…, ¿me regalará un beso?
Desde hace muchos años es así como he aprendido a disfrutar felizmente de la belleza de la vida, que la interpreto como si fuera un enorme árbol de Navidad, en cada una de cuyas ramas procuro injertar un pedacito de esperanza. De esta manera, sólo me resta aguardar para ver cómo nacen sus brotes.

¡Feliz Navidad!

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Sobre Nosotros

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