PERIÓDICO DE SUCESOS, TRIBUNALES y TRÁFICO DE LAS COMARCAS DEL CAMPO DE CARTAGENA Y DEL MAR MENOR                                                                         booked.net

Once años de paciencia, ¿cuántos más?

Eran años donde ellos, nuestros políticos, estaban cuajando su impunidad y, llegaron a pensar que los nuevos euros, el dinero, podía, absolutamente, con todo. Las urnas se abrían y, con cuatro promesas incumplidas, cualquiera, tan solo respetando a la “familia política”, su forma de vestir, repitiendo sus frases hechas y dejándose ver en los mismos oratorios, le esperaba una existencia campeando sobre la ley, que la podría aplicar a su interés y antojo sobre un pueblo que, aparentemente, solo estaba preocupado en contar sus euros.

Por eso, basados en su impunidad, entre langostino y langostino, se reían a mandíbula batiente cuando algún particular o alguna organización iba a los juzgados, precisamente controlados por ellos, a demandar ciertas cosas: muchas cosas y aspectos ilegales que ellos adornaban en sus tapas con euros, de una riqueza de trabuco y recodo de camino.

En Cartagena, una vez tras otra las urnas vomitaban lo mismo: gente engominada; gente que, sabiendo ellos que atendiendo bien atendido a cuatro chorradas locales y a cuatro pichicomas que les va y mucho el figureteo; teniendo bajo control los medios de comunicación, se podían hacer las felanías que fueran de necesidad para las arcas “familiares”, y nadie, absolutamente nadie abriría la boca para protestar por fuera de las protesta organizadas desde el propio Ayuntamiento, con polémicas servidas en bandejas municipales.

Así se llega en Cartagena a un poderío urbanístico podrido, donde la ley, que está hecha de lata de embudo, se acopla o se le ignora y, si algún “amigo” entiende que un lugar puede ser un buen solar para edificar, sea monte sagrado o no, su entendimiento, apetencia o gusto, estará muy por encima de ordenamiento legal vigente, y se construirá por encima de todo y de todos.

Pero he aquí que toda la baraja no son ases; que todavía queda gente que entiende que las leyes hay que cumplirlas; que hay que respetar el medio ambiente y cuidar la herencia terrenal recibida y entregársela en mano a los que vienen por detrás en el estado de salud lo mejor posible.

Había tres fabricas urbanas, Peñarroya, Potasas y Derivados y Española del Zinc. A la hora de envenenar a la población, cualquiera de las tres podía llevarse la palma, y todas tenían en común que bajo sus humos contaminantes, la enfermedad campeaba, y al margen de que muy pocos de que sus empleados murieron de viejos, los vecinos de su entorno no necesitaban del tabaco para agarrar un cáncer, porque lo tenían de gratis en su medio ambiente, sin necesidad de pasar por el estanco.

Eran tiempos muy activos de vencedores y vencidos, de amos y pueblo; de ajo y agua. Y entre jornales de enfermedad y cáncer, no por presiones vecinales sino por acomodos de los mercados, las tres fabricas urbanas cartageneras dejaron de echar humo por su malditas chimeneas, algunas de las cuales simbolizan actualmente la ciudad, y cerraron sus puertas sin que por fuera de los puros jornales, se vieran las ventajas de estar abiertas a contaminar si límite.

Pero si decimos que lo pasado, pasado está, cuando por imperativos de los mercados una a una  las tres fábricas asesinas de la calidad ambiental cartagenera cerraron su mugrientas puertas, lógico hubiese sido que sus solares, sus dependencias, se hubiesen saneado, descontaminado por parte de los que por tiempo, por no ser entidades sin ánimo de lucro, se lucraron con sus productos a despecho de tener toda una ciudad catalogada como la más contaminada de España, y ocupando un lugar a la cabeza en el ranking mundial de ciudades donde la enfermedad convive más a la mano con los vecinos.

Han pasado los años, los suelos de las tres fábricas están ahí, llenos de contaminantes metales pesados, de fosfoyesos, de cánceres y de desidias, y, el ayuntamiento cartagenero, contraviniendo toda ley, toda lógica ambiental, en vez de centrar su faena en exigir a los dueños de los terrenos y los escombros que descontaminen de inmediato, se dedica con esmero a multar a todo aquel vecino que, prostático o no, ose orinar en la calle, y mira sin darle importancia alguna a que los índices de cánceres se multipliquen por mucho en la ciudad, en número todavía no preocupante porque a nivel político, imputaciones aparte, Cartagena está preparada urbanisticamente para construir casas sobres suelos contaminados, asesinos, que matan poco a poco, no como un tiro de rifle. Y aunque la ley tajantemente prohíba aprobar en definitiva planes parciales para edificar sobre terrenos contaminados, el Ayuntamiento de Cartagena, haciendo caso omiso de informes técnicos que denuncian la existencia de materias asesinas para la salud, entiende que tiene mayoría y silencio político para hacer lo que le venga en gana.

 

¿Cuántos años más faltan para descontaminar los suelos?

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