'Creo en la Educación, pero no en los políticos ni en muchos padres'

Escrito por Carlos.

Carta abierta de un docente

Tras casi treinta años en las aulas de secundaria, y algunos en aulas universitarias, sigo creyendo en la educación, en la necesidad de la misma como elemento vertebrador de la existencia, en sus posibilidades, en su brillantez y, si me apuran, incluso en muchos de sus resultados.

    Creo en la implicación de los docentes, en los de Tecnología, que preparan proyectos con sus alumnos; en los docentes de Idiomas, que buscan películas en versión original o viajan en pos de la inmersión lingüística; en los de Lengua, que fomentan la lectura y el contacto con escritores; en los de Formación Profesional, que les insertan en el mundo laboral.

    Creo en los de Matemáticas, que enseñan también ajedrez o cualquier aplicación de su gremio a la vida diaria; creo en los de Ciencias Naturales, los de Física, que muestran el camino de nuestro entorno y hasta de una buena nutrición; creo en los de Historia, que ayudan al alumnado a conocer el mundo y su pasado; en los de Clásicas, que velan por la llama de Grecia y Roma; en los de Filosofía y Educación Física, que mantienen vivos sus almas y sus cuerpos.

    Pero no creo en los políticos que embarran todo ese proceso con leyes, disposiciones, programaciones y sistemas de calificación dementes, que nos aumentan las horas de clase e ignoran las que dedicamos a trabajar en nuestros hogares. No creo en los que escatiman fondos, monetarios, materiales y humanos pero que luego llegan a los centros a hacerse fotos cuando resuenan las trompetas electorales.

    Creo en el alumnado que se implica, que respeta a los suyos y a los que estamos en frente, que pide un libro, que a un paso para participar en un proyecto, que investiga por su cuenta, que se informa y documenta, que critica, que conversa, que puede señalar un error con el convencimiento de la razón. Creo en los jóvenes que saben dónde están y quieren aprovecharlo, pero incluso a veces creo en los díscolos, que tras su disrupción quizá busquen solo una oportunidad de ser escuchados, tal vez de ser queridos.

    Pero no creo en aquellos padres que ven el instituto como un aparcamiento de cuerpos, no creo en los que no miran trabajar a sus hijos salvo si llega un suspenso, no creo en los que los ignoran ni en los que llegan ladrando ante una sanción cuando ellos ningunean a sus vástagos. No creo en los que limitan porque sí nuestras decisiones docentes, en los que quieren tener razón –sin tenerla- por encima de todo. En los otros, los de verdad, sí creo, porque además, como sus hijos, los necesito.

    Creo en compañeros a los que veo dejarse el alma, y hasta en los desmotivados, porque su desidia no termina del todo de ser culpa suya. Y aunque algunos días desearía jubilarme, de pronto llega una alumna diciendo que ha leído un libro, otro que necesita ayuda para un proyecto, otra que desea mejorar. Y entonces sé que hay vocaciones que no se pueden tumbar, por mucho que algunos padres y casi todos los políticos se empeñen.
 

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